José Jirón Terán considerado como el más grande bibliógrafo de Darío en el mundo, al hablar de la obra periodística de Rubén nos dice: «El periodismo fue después de su poesía, el trabajo principal de Rubén Darío. Esta labor la ejerció toda una vida y en todos los países que residió. Es verdad que nuestro excelso poeta conquistó la gloria por su inmortal poesía, pero, también es cierto, que se ganó el sustento diario como periodista y cronista de situaciones, hechos y motivos».
Periodismo: ¿vocación o necesidad para Rubén Darío?
Rubén Darío comenzó a desarrollar su vocación por el arte del periodismo a la edad de 13 años desempeñándose como colaborador, cronista, redactor, director y editor de diferentes medios escritos nacionales. El ambiente que se vivía en ese entonces en la ciudad de León era lleno de luchas ideológicas y partidarias, enfrentamientos entre católicos y libre pensadores, revoluciones, entre otras cosas, contextos que influyeron al joven Rubén para alimentar su vocación por la poesía y la prosa.
En León se publicaba en esa época más de 10 periódicos de diversas temáticas: literatura, religión, ciencia, cultura en general y comercio, etc. Además, no olvidemos que la primera imprenta llegó a León en 1829 y los primeros periódicos se publicaron por esa misma fecha, lo que propició de cierta manera que Rubén tuviera mayor contacto con las imprentas donde se imprimían los diarios y revistas de ese entonces.
En 1881 Darío escribió artículos sobre combates de la oposición en el periódico “La Verdad”. Tres años después trabajó en la Biblioteca Nacional que dirige el poeta Antonio Aragón y colaboró en el “Diario de Nicaragua”, “El Ferrocarril” y, sobre todo, en “El Porvenir de Nicaragua”. Tuvo a su cargo también la dirección del periódico “El Imparcial”, junto a Pedro Ortiz y Eugenio López en Managua; en este periódico Darío publicó algunas de sus crónicas - reportajes referidos a las giras del señor Presidente. Poco después se trasladó a Santiago, Chile, y se incorporó a la redacción de la época donde conoció a la élite intelectual de la capital chilena e hizo amistad con Pedro Balmaceda Toro, hijo del presidente.
A principios de 1886 hizo colaboraciones en el “Heraldo”, de Valparaíso, y en “La Libertad Electoral de Santiago”, donde apareció su artículo “Catulo Méndez Parnasianos y decadentes”. Decidió regresar a Nicaragua, pero antes consiguió ser corresponsal de “La Nación” en Buenos Aires. Antes de partir, trabajó por primera vez como corresponsal para “La Nación”, sobre la llegada del crucero brasileño “Almirante Barroso” a Valparaíso. Llegó a Nicaragua en 1889 y permaneció en León por poco tiempo. Luego viajó a El Salvador, donde contó con la protección del General Francisco Menéndez, quien fue Presidente de la República y partidario de la Unión centroamericana, y quien lo designó como director del periódico “La Unión”. En un editorial publicado en San Salvador, en el No. 85 del diario “LA UNIÓN” (18 de febrero de 1890) Darío, a los veintitrés años de edad, escribió lo siguiente sobre la misión de la prensa escrita: “La pluma es hermosa, el escritor debe ser brillante soldado del derecho, el defensor y paladín de la justicia. Son gloriosas esas grandes luchas de la prensa que dan por resultado el triunfo de una buena causa, la victoria de una alta idea”...
Viajó a Guatemala en 1890, donde colaboró en el “Diario de Centro América”, antes de pasar a dirigir “El correo de la Tarde” en El Salvador. En su periódico salvadoreño, uno de sus principales amigos fue Francisco Gavidia. A Rubén no sólo le preocupaba el estilo literario de los escritos periodísticos. El gobierno dispuso suprimir el periódico El Correo de la Tarde. Viajó rumbo a Costa Rica en agosto de 1891, donde Gavidia lo incorporó a la redacción de la “Prensa Libre”, de la que era director.
Al año siguiente fue nombrado secretario de la delegación que el Gobierno de Nicaragua, enviándolo a España para las fiestas del IV Centenario del descubrimiento de América. En ese mismo año se embarcó e hizo parada en La Habana, donde conoció a Julián del Casal y a Raúl Cay. Un año después viaja a New York, donde a fines de Mayo conoció a José Martí, quien lo llamó “¡Hijo!”. Partió para Francia, en París, pero una vez agotados los recursos, regresó a Buenos Aires reincorporándose al personal de La Nación, pero también escribió en La Tribuna y otros diarios.
Durante esa época se relacionó con jóvenes intelectuales y escritores, con quienes compartía su experiencia como escritor y poeta. Además, en compañía del joven poeta boliviano Ricardo Jaimes Freyre fundó y dirigió la Revista de América de la que sólo se editaron tres números.
En 1896 se publicó Los raros, y Prosas profanas y otros poemas, cuyos gastos fueron sufragados por Carlos Vegas Belgrano, quien entonces dirigía El Tiempo, donde colaboraba Darío. Al año siguiente procuró ayuda económica del presidente de Nicaragua, José Santos Zelaya, sin obtener más respuestas. Continuó su intensa producción literaria en los diarios de Buenos Aires: cuentos poemas, artículos literarios y de actualidad.
En diciembre de 1898, Darío viajó a España para informar a los lectores de La Nación sobre la situación en que había quedado la Madre Patria después de su derrota ante los Estados Unidos, derrota que le significó la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas. Sus correspondencias sobre la situación de España fueron verdaderos ensayos, cuidadosamente preparados y documentados, sobre los más variados aspectos de la vida española de fin de siglo. Más tarde, en 1901, publicó tres volúmenes en la editorial de la viuda de Ch. Bouret: España contemporánea y Peregrinaciones, que recopiló sus artículos para La Nación; además, para ese tiempo escribió largas corresponsalías para La Nación y pasó por apuros de dinero, a lo cual ya estaba acostumbrado.
A petición del diario La Nación escribió el largo poema “Canto a la Argentina” en 1910, en homenaje al Centenario de la Independencia del país, el que le fue retribuido con diez mil francos. El presidente de Nicaragua de ese entonces, José Madriz, lo designó delegado a las fiestas del Centenario de la Independencia de México y el 21 de agosto viajó rumbo a Veracruz, donde se le rindió homenaje. Regresó a La Habana en donde permaneció hasta noviembre en que retornó a Europa.
En 1911 volvió a París donde sus angustias económicas regresaron un vez más: sólo contaba con las colaboraciones en La Nación. Dos empresarios uruguayos, los hermanos Alfredo y Armando Guido, le propusieron la dirección de una revista Mundial, con un sueldo de cuatrocientos francos mensuales. Aceptó la propuesta y el primer número de esta revista apareció en mayo de 1911. Aceptó asimismo encargarse de la dirección de una publicación paralela, dedicada a la mujer, Elegancias.
Al año siguiente (1912) los hermanos Guido proyectaron una gira propagandística por España y América, para las revistas de su empresa. Visitó a Barcelona, Lisboa, Río de Janeiro, San Pablo, Montevideo y Buenos Aires. El director de Caras y Caretas le pidió que escribiera su biografía que él dictó en septiembre y octubre: “La Vida de Rubén Darío escrita por él mismo”. Para La Nación escribió la Historia de mis libros. En Madrid apareció una nueva recopilación de sus artículos, por lo cual la editorial Renacimiento le pagó cuatrocientos francos.
De toda su historia, podemos concluir que el oficio como periodista representaba para Darío su principal fuente de sustento. Trabajó para varios periódicos y revistas nacionales e internaciones, en los que escribió un gran número de artículos, algunos de los cuales fueron luego recopilados en libros, siguiendo criterios cronológicos o temáticos. Las crónicas de Darío se destacaron por las impresiones que evocaban, entre las mejores están España contemporánea, y Peregrinaciones escritas en 1901, y El viaje a Nicaragua en 1907.
La mayoría de sus crónicas fueron publicadas en los diversos periódicos en los que laboró. Cabe señalar que uno de los grandes aportes al oficio del periodismo que hizo Darío fue el perfeccionamiento en la calidad y profundidad de la crónica y del reportaje periodístico, así como el profesionalismo y la seriedad periodística. Sus escritos periodísticos eran minuciosamente preparados y documentados, pincelados con su estilo literario, lo que llamaba la atención de los intelectuales de su época. Sin embargo, en la mayoría de los medios donde laboró fue mal remunerado por sus escritos y se vio muchas veces en dificultades económicas que lo llevaron a mal vender sus derechos de autor.
Sin embargo, fue el periódico La Nación el que reconoció a Rubén los honorarios más altos por una de sus obras: le pagó 10,000 francos por el extenso poema de 1,001 versos distribuidos en 46 estancias, “Canto a la Argentina”, que el periódico le encargó para celebrar el Centenario de la Independencia, en 1910. Además de nombrarle su corresponsal, La Nación le distinguió con misiones especiales.
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